Una epopeya en vietas
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Las torres de Bois-Maury
Llegado el momento de hacer el balance de los cómics leídos este verano, he de destacar las aventuras de Aymar de Bois-Maury, todo un ciclo narrativo. En los álbumes que lo integran, bajo el título genérico de Las torres de Bois Maury, se nos cuentan las hazañas de Aymar, un caballero andante en la Francia de las postrimerías del siglo XI y los albores de la centuria siguiente, siempre en pos del regreso y la recuperación de su solar natal: las fortificaciones aludidas.
Original de Hermann -guión y dibujo-, su primera entrega, Babette -una de las pocas que aún no he leído- apareció en 1984. En los treinta y cinco años transcurridos desde entonces, Aymar y su fiel escudero, Olivier, han cabalgado desde la Cataluña de Eloïse de Montgrí (1985) hasta la Tierra Santa de las cruzadas de Khaled (1994). Y lo han hecho pasando por el Camino de Santiago referido en Germán (1986) y Reinhardt (1987) o la Bizancio de El selyúcida (1992). Tanto en el occidente cristiano como en el oriente sarraceno, Aymar ha intentado deshacer cuantos entuertos han precisado de su acción con la justicia de los caballeros andantes.
Hasta que la muerte pone fin a su quimera en Olivier (1994). En aquellas páginas, después de tantos lances, Aymar se dispone a presentar la batalla final para recuperar sus tierras cuando una flecha pone fin a ese empeño que horada todo el ciclo con trazas de quimera. El lirismo de este detalle -permítaseme la expresión, aunque Las torres de Bois Maury son una epopeya meridiana-, fue lo que acabó por ganarme para una colección que en sus entregas posteriores será protagonizada por los descendientes del caballero: Assunta (1998), Rodrigo (2001)... Dado el entusiasmo que me lleva a elogiarla ahora -que no es sino el que cumple puesto a escribir sobre una gesta impulsada por la nobleza de la empresa de su héroe, sea cual sea el formato en que su historia se nos cuenta-, nadie diría que empecé rechazando esta serie por su dibujo: demasiado dramático para esa legibilidad y jovialidad a ultranza que, como lector formado con la queridísima Línea clara, tiendo a exigir a las viñetas.
Legibilidad y jovialidad que sí encuentro en las aventuras de Jhen (Jacques Martin y Jean Pleyers, 1978), ambientadas en una Francia muy posterior, la de la Doncella de Orleans y Gilles de Rais (siglo XV), pero también en el medievo. Quién sabe si Germán, el constructor de catedrales de Las torres de Bois Maury, que morirá ajusticiado tras convertirse en salteador de caminos, no debe su primer empleo al de Jhen, también arquitecto de estos templos.
Sea como fuere, el espíritu de ambas series -al igual que su dibujo- no guarda ninguna relación. Jhen es una auténtica aventura. Por así decirlo, una novela histórica; por el contrario, Las torres de Bois Maury son una novela de caballería o mejor aún: una canción de gesta. Considerando la importancia que tienen los Pirineos en su propuesta, a los que Aymar vuelve en varias ocasiones, es muy probable que el Cantar de Roldán ejerciera en Hermann mucha más influencia que Jhen cuando se puso a concebir a su héroe.
Debo asimismo reconocer que tuve noticia bastante tarde de Las torres de Bois Maury. No fue hasta mi lectura de La historia en los cómics, el interesante trabajo de Sergi Vich, publicado en 1997 por la editorial Glénat. En aquel texto, del que di cuenta con sumo agrado algunos años después de la citada edición, se hablaba de esta serie como la más apegada a lo que debió ser la realidad del medievo. Supongo que ese afán de realidad es el que inspira el dramatismo de sus estampas, tan próximas a las imágenes que nos sugiere La balada de los ahorcados (1463), el poema de François Villon, el poeta ladrón.
Pese al primer rechazo que sentí ante ese afán de realidad, he acabado por acogerlo de buen grado. Ha de deberse a que empiezo a estar ahíto de esa fantasía épica que, desde la popularización del universo de Tolkien, parece preceptiva a todo relato de ambientación medieval. En Las torres de Bois Maury, la magia sólo hace acto de presencia en Sigurd (1990). El resto es tan real como lo fueron la peste, el hambre y la barbarie en la Europa medieval.
Esta serie también me ha ganado por esas idas y venidas de los personajes -cuyos nombres dan título a los distintos álbumes- en las sucesivas entregas, ese trasiego de los actores de reparto entre los protagonistas que tanto estimo en todos los ciclos narrativos, desde La comedia humana de Balzac hasta las aventuras de Tintín del gran Hergé.
Treinta y cinco años después de su primera entrega Las torres de Bois Maury son uno de los grandes clásicos de la bande dessiné del que personalmente, he de reconocerlo, he dado cuenta bastante tarde.
Publicado el 18 de septiembre de 2019 a las 08:30.